1a CONFERENCIA, TRIBUNA JUAN DE OÑATE
Conferencia magistral del Secretario de Hacienda y Crédito Público de México, José Francisco Gil Díaz, en la Primera Lección “Tribuna Juan de Oñate”
Madrid,
España, 14 de octubre de 2004
ENTRE LA GLOBALIZACIÓN Y LA AUTARQUÍA: UNA LECTURA CRÍTICA DE STIGLITZ
ENTRE LA GLOBALIZACIÓN Y LA AUTARQUÍA: UNA LECTURA CRÍTICA DE STIGLITZ
Es para mí un honor participar en esta primera
lección de la “Tribuna Juan de Oñate” y agradezco en todo lo que vale la
invitación de la Fundación Carlos de Amberes y de su Presidente, don Félix
Machín, a este foro privilegiado.
También agradezco la amable e inmerecida
presentación que ha hecho mi amigo y colega Don Pedro Solbes, Vicepresidente y
Ministro de Economía y Hacienda del gobierno español. Comparto con el
Vicepresidente en estos momentos, cada cual en su país, la discusión siempre
difícil de los presupuestos públicos para el próximo año, una tarea en la que
los secretarios o ministros de Hacienda nos sometemos año con año a la tensión
entre el acuerdo y el consenso en la mayor armonía posible con todas las
fuerzas políticas, por una parte, y la firmeza siempre necesaria para mantener
en orden y bajo control el gasto y la deuda públicas, por otra, y de esa forma
garantizar las condiciones para un sólido crecimiento económico.
Por fortuna, no será ése hoy
el asunto de mis comentarios, sino el fenómeno de la globalización y,
especialmente, el papel que juegan en la economía mundial instituciones
multilaterales como el Fondo Monetario Internacional.
La prosperidad en ascenso manifiesta durante los
últimos años en la mayor parte del mundo está vinculada con aumentos en la
productividad, única fuente posible de un crecimiento económico sostenido. Las
mejoras en la productividad son resultado de la incorporación a las actividades
productivas de procesos cada vez más eficientes; de la reestructuración que la
creciente apertura internacional al comercio exterior induce hacia las
actividades más productivas-esencialmente la asimilación que la apertura
propicia de ventajas comparativas-del desarrollo continuo de la tecnología a
partir de la investigación básica; de la investigación aplicada y de ambientes
abiertos a la concurrencia.
Este fenómeno ha recibido el nombre de
globalización, la que, no obstante la evidencia aplastante de sus ventajas, se
cuestiona severamente por grupos que, o se niegan a reconocer sus efectos
benéficos, o que advierten acerca de algunas de sus consecuencias negativas.
También hay opositores cuya única motivación es defender sus intereses.
Entre los aspectos contenciosos que se han suscitado
están la degradación del ambiente, la amplitud y profundidad de una pobreza que
agobia a la población de numerosas regiones, el endeudamiento excesivo de
algunos de los países menos desarrollados así como la competencia desigual que
acarrean los subsidios agrícolas y las barreras a las importaciones
agropecuarias por parte de los países desarrollados.
Varios de estos señalamientos deben ser atendidos,
algunos con urgencia y vigor, pero pueden y deben resolverse sin descarrilar la
diversidad de esfuerzos en marcha que aumentan la productividad de la economía
mundial y que tanto han contribuido a mejorar el bienestar de numerosas
poblaciones.
Las políticas comerciales, las demás relacionadas
con el fomento a la competencia y con ella a mejorías en la productividad, han
florecido en entornos en los que requerimientos financieros públicos prudentes
fomentan la estabilidad. Para este último fin, el papel de una institución
multilateral, el Fondo Monetario Internacional, juega un papel central. La
razón es que la institución contribuye a disminuir perturbaciones financieras
que tienen el potencial de crear reacciones negativas con encadenamientos
internacionales a partir de algún default. El Fondo protege de riesgos
sistémicos.
No obstante los progresos derivados de los acuerdos
que emanan de la Organización Mundial de Comercio, de la presencia del Fondo
Monetario Internacional, del Banco Mundial y de las medidas en pro de una mayor
competitividad instrumentadas por un número creciente de países, estas
políticas y las instituciones que las favorecen se han convertido en blancos de
los globalifóbicos y ahora de algunos terroristas.
Cuentan entre sus críticos acerbos a economistas que
han logrado una gran notoriedad a partir de sus ataques. Entre ellos destaca Joseph
E. Stiglitz con publicaciones que circulan profusamente entre quienes se
regodean con sus comentarios negativos. Por ese motivo, por lo pertinente y
trascendente que son la estabilidad y las reformas relacionadas con la apertura
y con políticas pro competitivas, voy a utilizar como referencia un libro de
este autor, titulado “El malestar en la Globalización”, para contrastar sus
argumentos con los hechos y desmentir así nociones que en algunos lugares, en
parte por falta de crítica, se están convirtiendo en dogmas de curso legal.
El libro de
Stiglitz es una obra interesante escrita para el público en general, y
como cualquier título para legos escrito por un académico en la materia,
necesitado de un análisis que le sea útil al lector para asegurarse que no le
dan gato por liebre.
A partir de la creación del Premio Nóbel de Economía
ha habido de todo: algunos premios son indiscutibles, pero en otros casos
cuesta trabajo discernir en dónde está el mérito científico del galardonado. La
regla sin embargo es que en general el reconocimiento se ha dado a aportaciones
importantes y originales al pensamiento económico. El Nóbel otorgado al
profesor Stiglitz cabe sobradamente dentro de los indiscutibles. Sus
aportaciones a la Teoría de la Determinación de los Precios Relativos (mal
bautizada con el nombre de microeconomía) son un claro ejemplo de valor
científico, además de elegante y trascendente. Pero el prestigio del Nóbel no
es una patente de corso, no le confiere autoridad al recipiente del premio para
opinar sobre cualquier campo de la economía, incursión peligrosa cuando el
galardonado aborda temas que no corresponden a su especialidad.
La debilidad principal del libro comentado es la
vehemencia que caracteriza a aquellos trabajos inspirados por algún agravio. En
este caso el ímpetu proviene de haber sido Stiglitz la cabeza del Consejo
Económico del Presidente Clinton y que éste, en lugar de tomar en cuenta los
sabios consejos del profesor, sólo le haya hecho caso a sus dos secretarios del
Tesoro (de Hacienda), Bob Rubin y Larry Summers, cuyo pecado fue, a los ojos de
Stiglitz, además de conquistar la atención del Presidente, el haber apoyado los
criterios y políticas del FMI.
Stiglitz respira por la herida en cada una de sus
páginas, en las que por cierto poco o nada aborda el tema del título de su
libro. Su trabajo no es sobre la globalización. Trata sólo al principio y eso
de pasada sus supuestos malestares sin referirse a una sola de las
investigaciones que se han realizado sobre el particular. Y si bien son escasas
las referencias a la globalización, casi no hay página en que no aparezca
mencionado el FMI. El hilo conductor del libro es una crítica sin piedad al
FMI. Según Stiglitz, el fundamentalismo de mercado del Fondo ha contribuido a
ahondar o crear las crisis de los países a los que se supone debe ayudar.
A estas alturas ya tendrán ustedes una idea clara
del matiz de mis comentarios. Sin embargo también estoy obligado a hacer un
reconocimiento. Stiglitz, aun fuera de su territorio intelectual, es un
pensador profundo y provocativo, vale la pena leerlo y conocer sus argumentos.
Además, se trata de una persona genuinamente preocupada por encontrar
soluciones a la desigualdad y a la pobreza. Muchas de sus críticas a los
programas de estabilización propugnados por el Fondo Monetario Internacional
(FMI), el “leit motif” de su libro y la Némesis del autor, contienen lecciones
y análisis de gran valor escritos con sencillez. Se trata de una obra que, bien
espulgada, contiene lecciones ricas y valiosas para los practicantes de la
economía y para el público en general. Conviene por eso aprovechar su valía,
pero por tratarse de un trabajo apasionado que frecuentemente se desvía del
rigor lógico o de la evidencia empírica, es menester desbrozar y descartar lo
que sobra.
Stiglitz condena la globalización sin una sola cifra
o cita de algún estudio empírico que analice sus consecuencias sobre el
bienestar de las mayorías. ¿Será que esto es así porque los hechos no se
compadecen de sus dichos? Las estadísticas sencillamente no lo sustentan. Para
constatarlo basta con leer recopilaciones de estudios empíricos sobre la
globalización como la que hace Guillermo de la Dehesa.
Para tratar tan expeditamente como Stiglitz lo
relacionado con los estragos de la globalización, me limitaré a citar y comentar
algunas de las escasas oraciones que le dedica al tema: “Incluso los políticos
conservadores, como el presidente francés Jacques Chirac, han manifestado su
preocupación porque la globalización no está mejorando la vida de quienes más
necesitan de sus pretendidas ventajas. Es claro para casi todo el mundo que
algo ha funcionado terriblemente mal…”-“La creciente división entre los
poseedores y los desposeídos ha dejado a una masa creciente en el tercer mundo
sumida en la más abyecta pobreza y viviendo con menos de un dólar por día.”
Comentarios por el estilo continúan en estos breves
párrafos sobre las supuestas consecuencias nefastas de la globalización. Dichos
párrafos son por cierto los únicos que responden al título del libro. El resto
está dedicado cariñosamente a los funcionarios del FMI.
Sin embargo, el fenómeno de la globalización ha sido
ampliamente documentado y estudiado. Los resultados que recopila De la
Dehesa se pueden resumir en lo siguiente: 1) Al mismo tiempo que se ha
acelerado la globalización durante las últimas dos décadas, se ha dado una
significativa reducción mundial de la pobreza absoluta. 2) No obstante el
“enorme crecimiento de la población en los últimos 20 años, la reducción de la
pobreza en términos relativos ha sido espectacular.” 3) Es interesante notar la
diversidad geográfica de estos efectos: donde no se aprecian disminuciones en
la pobreza absoluta y relativa es en África, y parcialmente, en Latinoamérica.
En el primer continente prácticamente no ha habido reformas estructurales en su
conjunto y en la segunda región las reformas han sido pocas, varias de ellas
mal instrumentadas y en todo caso, incompletas, inconsistentes y con gran
lentitud en su andar. 4) Por lo que hace a la desigualdad, la conclusión es
que, gracias a la globalización, ha registrado una ligera disminución y que, en
los países en los que ha aumentado, como en China e India, la mayor desigualdad
se debe a que ha subido relativamente más el ingreso de las personas de mayor
capacidad económica y no porque se haya empobrecido el resto de la población.
5) También aborda De la Dehesa la acusación relativa a la explotación de
la fuerza trabajadora de los países emergentes. Sin duda que la inversión ha
fluido hacia lugares en donde, además de otras condiciones, es competitivo el
costo de la mano de obra. La pregunta pertinente no es sin embargo si se está
aprovechando el bajo costo de la mano de obra, sino qué ha sucedido con el
bienestar económico y los salarios de esos trabajadores. La evidencia empírica
recopilada por De la Dehesa muestra que las empresas extranjeras “pagan
salarios más elevados que los de las empresas nacionales y sus condiciones de
trabajo son siempre mejores que las generales de los países donde se ubican,
además de darles a sus empleados más formación y mejores condiciones de
retiro.” 6) Sin embargo, no todo es color de rosa en el entorno del comercio
internacional y de la globalización. Los gobiernos de los países desarrollados
perjudican a los trabajadores más pobres del resto del mundo a través de
barreras al comercio en productos agrícolas y de los subsidios a sus
agricultores y de la reducción que ha tenido la ayuda oficial a los países más
necesitados. Pero De la Dehesa hace ver que estas políticas de los
países desarrollados no tienen que ver con la globalización, sino con la falta
de la misma.
Esta última crítica a la política comercial de los
países desarrollados la comparte Stiglitz, y es válida, pero no da para una
condena de la apertura comercial en general ni justifica ni explica la pobreza
extrema a la que las malas políticas públicas de los países no desarrollados
han condenado a grandes porcentajes de su población.
Antes de entrar en la materia del libro y a
propósito de la Némesis de Stiglitz, conviene plantear una pregunta que a mí me
parece elemental. Si el Fondo es tan dañino, ¿por qué los países se someten a
sus prescripciones?, o más aún, ¿por qué no simplemente lo abandonan? El mismo
autor reconoce que estar fuera del Fondo no equivale a una maldición: Stiglitz
argumenta que Malasia ignoró con éxito las recomendaciones del Fondo y que
además gracias a eso evitó padecer las penurias que debieron soportar los
países que acatan las condiciones del FMI. Polonia según Stiglitz también actuó
con independencia y eso contribuyó según él a un desempeño económico superior
al de Rusia, la que de acuerdo al autor fue asediada por los malos consejos del
Fondo a los que se sujetó. Para Stiglitz China es otro caso de independencia y
éxito.
Entonces, si hay casos exitosos de emancipación y la
participación en el Fondo y en su caso la aceptación de sus programas resulta
de la voluntad soberana de los Estados de pertenecer al mismo, ¿por qué los
grandes estragos que se aduce se desprenden de los programas de estabilización,
son responsabilidad de los dirigentes del Fondo y no de los países que los
aceptan?
El trato de Stiglitz a los diversos países víctimas,
según él de los errores de política económica del FMI, es el de un sabio
condescendiente que amonesta a unos menores edad. Stiglitz cree fustigar al
FMI, pero en realidad a quienes critica, o debiera hacerlo si reflexionara en
donde descansa la verdadera responsabilidad, es a quienes aceptan las
prescripciones del Fondo.
APERTURA
FINANCIERA: LA TERCA REALIDAD DESMIENTE A STIGLITZ
Pero vale la pena entrar al corazón de los
comentarios que hace Stiglitz a la apertura financiera, ya que según él se
derivan diversos colapsos económicos de la imposición que hace el FMI de la
libertad de movimiento de capitales. Estos colapsos no son, nos instruye el
maestro Stiglitz, más que consecuencia de un fundamentalismo ciego que lleva al
Fondo a exigir que se abra la cuenta de capital de la balanza de pagos. Aquí
Stiglitz ignora olímpicamente importantes y contundentes excepciones a su
afirmación. No toma en cuenta, entre otros, el programa alrededor de la crisis
mexicana de 1982 que el Fondo apoyó en medio de un control cambiario con un
mercado de cambios dual. No sólo eso, el Fondo aceptó que México cerrara la
cuenta de mercancías, que inició 1983 con requisitos de permiso previo para la
totalidad de las importaciones. No menciona Stiglitz que dicho hermetismo pudo
haber contribuido al colapso y postración de la economía mexicana durante
tantos años. Al contrario, de lo que no puede culpar al Fondo en este caso es
de haber causado el largo estancamiento de la economía mexicana por haberse
sujetado a un fundamentalismo que en este caso brilló, pero por su
ausencia.¿Pecó entonces el Fondo de falta de fundamentalismo?
Mientras transcurría uno de los tantos programas con
el Fondo, se dio en México en 1985 una apertura comercial amplia y unilateral,
no solicitada por el Fondo ni acordada con el mismo, fue súbita, no gradual,
motivó el despegue de la modernización de la planta productiva mexicana y del
crecimiento meteórico de sus exportaciones, más rápido incluso que el de los
famosos Tigres Asiáticos. De este cambio abrupto de la política comercial, y de
un conjunto de medidas que tampoco solicitó y menos impuso el FMI, tales como
desregulación de mercados, disolución de diversos monopolios y privatizaciones,
se desprendió un fuerte crecimiento de la productividad en la economía
mexicana.
Otro pequeño detalle que Stiglitz omite es la razón
por la cual se dieron varios fracasos relacionados con medidas de ajuste a
crisis de balanza de pagos. Stiglitz los desmenuza uno por uno, pero
curiosamente no le advierte al lector de un interesante común denominador: La
existencia de un tipo de cambio fijo. Las dificultades en que cayeron los
países que menciona son atribuidas a que hayan permitido el libre movimiento de
capitales, sin advertir que fue el tipo de cambio fijo la causa de sus males y
que ese solo hecho ha bastado para generar algunas de las crisis, incluso en
casos sin libre movimiento de capitales.
Trataré más adelante porqué en ausencia de una Caja
de Conversión, de a de veras como la de Hong Kong y no de a mentiritas como la
de Argentina, un tipo de cambio fijo es una peligrosa bomba que incuba poco a
poco crisis mayúsculas. Antes presento la lista de países que durante los
últimos años padecieron alguna crisis importante precedida por el intento de
sostener un tipo de cambio fijo. Casi todos por cierto lo abandonaron, y los
que lo han hecho no han vuelto a tener crisis, aunque podrán volver a tenerlas,
pero por otras causas, tales como acumulaciones insostenibles de deuda pública.
Economías en las Cuales se
Combinaron
un Tipo de Cambio Predeterminado y
Crisis
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1976
|
México
|
España
|
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1981
|
Argentina
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1982
|
Chile
|
México
|
Uruguay
|
Bolivia
|
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1983
|
Colombia
|
Tailandia
|
Filipinas
|
|||
1985
|
Argentina
|
|||||
1986
|
Brasil
|
Indonesia
|
||||
1989
|
Brasil
|
|||||
1990
|
Argentina
|
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1991
|
Finlandia
|
|||||
1992
|
Suecia
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1994
|
México
|
Venezuela
|
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1997
|
Indonesia
|
Malasia
|
Filipinas
|
Tailandia
|
Corea
|
|
1998
|
Rusia
|
Paraguay
|
||||
1999
|
Brasil
|
Colombia
|
||||
2001
|
Turquía
|
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2002
|
Argentina
|
Uruguay
|
||||
Fuente:
Reinhart, Carmen y Kenneth Rogoff, “The Modern History of Exchange Rate
Agreements: A Reinterpretation”, Working
Paper Series, Núm. 8963, NBER, 2002.
–datos del Anexo de la versión revisada marzo 2003)–; Kaminsky,
Graciela, y Carmen Reinhart, “The
Twin Crises: The Causes of Banking and Balance-of-Payments Problems”, American Economic Review, Vol. 89,
Núm. 4, E.U., 1999; Bloomberg.
|
Con una evidencia tan
arrolladora se vuelve obligado preguntar qué papel juega un tipo de cambio fijo
en la gestación de una crisis en lugar de culpar a la apertura de la cuenta de
capitales.
Un tipo de cambio fijo o,
lo que es casi equivalente, una flotación con bandas, genera diversas
patologías en el comportamiento de los mercados. Si el tipo de cambio permanece
en el piso de su banda de flotación, se presentan dos incentivos. Primero,
atrae grandes volúmenes de recursos, porque mientras los actores económicos
conserven la expectativa de que el tipo de cambio seguirá adherido al piso,
tienen la confianza de que cosecharán cuantiosos rendimientos, por lo menos en
comparación con lo que obtienen en otros mercados. Segundo, la percepción de
mayor rendimiento es transitoria o de corto plazo, porque los inversionistas
saben que la disponibilidad de divisas dentro de un régimen cambiario con la
promesa implícita de convertibilidad ilimitada, tiene un límite: las reservas
internacionales.
La precariedad de las
expectativas que genera un modelo así motiva a los inversionistas a invertir
sus capitales a plazos cortos, frecuentemente de sólo 48 horas. Luego, cuando
los capitales quieren salir debido a un cambio de percepción sobre el
comportamiento de la economía o a perturbaciones políticas, es entonces cuando
el tipo de cambio se adhiere al techo de su estrecha banda, donde sólo podrá
sostenerse mientras el banco central disponga de divisas para defenderlo. A
partir de tal momento se configura una clásica falacia de composición: Cada
inversionista quiere fugarse y cree poderlo hacer, pero la suma de todas las
cantidades que desean sacar del país pronto supera el valor de las reservas
internacionales lo que provoca el derrumbe de la moneda. Cuando esto sucede
ningún alza en las tasas de interés puede ofrecer una retribución comparable al
rendimiento de corto plazo que ofrece una devaluación esperada, por pequeña que
ésta sea.
Las bandas al tipo de
cambio o un tipo de cambio fijo contienen por lo tanto estímulos contrapuestos
a los movimientos de capital: O a grandes influjos que se invierten en activos
de corta duración, o a que las divisas se fuguen a la mayor velocidad posible.
Esta forma de atracción o de repulsión fatal a los flujos de capital en una
economía abierta se ha dado dentro de un mundo con recursos financieros
inmensos y crecientes que cruzan las fronteras a la velocidad de la luz. Es
este conjunto de circunstancias el que se combinó para destruir los regímenes
cambiarios con tipo de cambio fijo o con bandas. Los ejemplos abundan: El
sistema monetario europeo en 1992, el peso mexicano en 1982 y otra vez en 1994,
las monedas de varios países latinoamericanos, de países escandinavos, de
Europa Oriental y del Sudeste Asiático, entre otras.
El fenómeno descrito fue
replicado país por país. El colapso cambiario fue seguido de aumentos súbitos y
considerables en las tasas de interés, a los que se sumó la necesidad de
obtener elevadas cantidades en moneda local para hacer frente a las
amortizaciones de pasivos en moneda extranjera. Así, de repente, los deudores
amanecieron sin liquidez y algunos en estado de insolvencia. De la noche a la
mañana los bancos, los locales y los extranjeros, se vieron impedidos de seguir
prestando. Empresas y familias tuvieron que contraer drásticamente su gasto.
Sobrevinieron quiebras empresariales y personales y recesiones económicas
generalizadas.
Las tasas de interés, por
cierto, no aumentan porque el Fondo lo exija. Si en un entorno como el descrito
los gobiernos se obstinaran en mantener las tasas de interés artificialmente
bajas, la caída en el ahorro financiero prolongaría y agudizaría el
estancamiento y, paradójicamente, tarde o temprano, encarecería el crédito más
allá de lo que hubiera sucedido de haber aceptado el país con realismo los
mandatos de los actores económicos. Éstos reaccionan exigiendo mayores
rendimientos cuando crecen las expectativas de inflación. Salvo contadas
intervenciones oportunas de su Banco Central, México, con tasas de interés
libremente determinadas por el mercado a partir de la crisis de 1995, es un
buen ejemplo de aumentos automáticos de las tasas en respuesta únicamente a las
expectativas de los actores económicos.
Además del éxito del
programa mexicano, Stiglitz omite entre otros a Brasil, Turquía y Corea, países
que sin duda se recuperaron de sus crisis con mucha mayor soltura gracias a los
apoyos del Fondo. ¿Por qué limitarse a mencionar los que de acuerdo a él fueron
fracasos?
UNA CLAVE DESDEÑADA: EL
COSTO DE OPORTUNIDAD
En condiciones como las
descritas los países pueden o no acudir a las instituciones financieras
internacionales, pero la caída en el producto, en el empleo, en los salarios
reales, la volatilidad de las variables financieras, todos estos fenómenos son
resultado de desequilibrios que se acumulan antes de que se solicite el auxilio del Fondo. Para entender el
significado del costo de ajustar la economía a la nueva circunstancia, el que
tanto desvela a Stiglitz, la pregunta pertinente consiste en saber qué
ocurriría si el país no solicita apoyo internacional.
Si el país no enfrenta
vencimientos de pagos al exterior, sean del sector público o del privado,
tampoco necesita de apoyo alguno, pero de tener que cubrir pagos cuantiosos en
divisas sin un puente de liquidez externa, el tipo de cambio se puede depreciar
vertiginosamente, mucho más de lo que se requeriría para enfrentar la crisis de
contar con liquidez en moneda extranjera. La explicación de esta mayor
depreciación es que el país tendrá que generar divisas a partir de un superávit
en su balanza de mercancías de un tamaño tal que aporte la moneda extranjera
necesaria para pagar los vencimientos de
deuda externa. Un ajuste así puede alcanzar varios puntos porcentuales del
producto equivalentes en magnitud a aumentos en el ahorro interno que
normalmente toma décadas alcanzar.
No sólo debe aumentar el
ahorro, además se le plantean a la economía reasignaciones drásticas de la
producción para sustituir importaciones y para exportar en un plazo sumamente
corto. Semejante esfuerzo de ahorro y de reestructura productiva se traduce en
caídas fuertes y súbitas del consumo y de la inversión. El ajuste se vuelve
inevitable, pero las disminuciones del producto y del empleo pueden mitigarse si se obtiene una línea de
crédito que financie el faltante temporal de liquidez y que transmita
credibilidad a quienes pueden financiar los vencimientos de deuda. Un puente
financiero de esta naturaleza se obtiene cuando el país toma medidas tendientes
a convertir la crisis en un fenómeno transitorio y así mantener o recuperar la
percepción de que se trata de una economía solvente y líquida desde el punto de
vista financiero.
También se puede intentar
sortear la crisis cerrando la economía a los pagos internacionales y decretando
un control de cambios. El hecho de que la mayoría de los gobiernos intenten a
toda costa evitar una “solución” de esta naturaleza y prefieran las odiosas
condiciones de la ayuda externa nos dice algo acerca del costo de la autarquía
financiera. Malasia, como afirma Stiglitz, salió adelante sin programa con el
Fondo. ¿Quiere eso decir que todo el que lo intente puede lograr un resultado
igual? No lo creo, pero de ser así, vuelvo a mi comentario del principio: El
Fondo no puede obligar a nadie a aceptar sus programas y por errados que sean,
los que los toman los prefieren a la alternativa que suele ser más larga y
dolorosa.
Si el costo de no contar
con un crédito puente, aun cuando se le condiciona, es varias veces mayor que
el de aceptar las condiciones de un apoyo temporal, entonces el programa con el
Fondo no impone penuria alguna, los problemas se los inflingió el país a sí
mismo; el programa evita que tales problemas se conviertan en una espiral con
enormes perjuicios económicos y descalabros políticos.
Para entender el papel de
una institución como el Fondo que presta auxilio cuando se presenta un problema
de suma gravedad, no debemos nunca olvidar que la medición de costos es
engañosa y que el verdadero costo de una decisión es su costo alternativo o
costo de oportunidad. Lo que hay que considerar ante cualquier decisión, no es
cuál es la erogación o su costo directo, sino cuánto se pierde de no tomarla.
Si el segundo costo, el de la alternativa desechada, es mayor, la primera
alternativa no fue costosa. Siempre aceptaremos gustosos un bypass cuádruple en
las coronarias frente a la alternativa, un infarto masivo al miocardio.
OTRA PIEDRA EN EL CAMINO
DE STIGLITZ: RUSIA
Conviene ahora entrar al
análisis de algunos episodios que Stiglitz utiliza selectivamente para según él
ejemplificar el fracaso del fundamentalismo de mercado del Fondo. Uno entre
tantos, objeto de una presentación sesgada o ignorante, es el que se refiere a
la experiencia rusa. Según Stiglitz Rusia sigue al pie de la letra
recomendaciones del Fondo consistentes en liberalizar todos los precios y
privatizar todas sus actividades económicas. De acuerdo a su narración, la
velocidad y el descuido de las autoridades rusas al privatizar–por no
establecer las instituciones que deben acompañar al funcionamiento de una
economía de mercado- dieron lugar a una gran concentración de la propiedad y a
un funcionamiento caótico, a veces gangsteril, de la economía. Las reformas
inspiradas en teología económica y no en consideraciones prácticas, entre éstas
trabajar con gradualismo y a partir de un conocimiento de la realidad rusa, se
tradujeron en un colapso de la producción y en fuertes incrementos del nivel
general de precios.
Hay bastante de cierto en
las afirmaciones de Stiglitz, pero para endosarle el problema al Fondo deja
fuera una buena parte de la explicación del mal desempeño de la economía rusa.
No toma en cuenta por ejemplo que al desaparecer el análogo soviético a nuestro
Tratado de Libre Comercio de América del Norte, el COMECON, instrumento que
Rusia utilizaba para ordeñar a sus satélites, el país dejó de percibir rentas
importantes y además se descoyuntó súbitamente el funcionamiento de una
economía dependiente de vínculos comerciales que se habían consolidado a lo
largo de varias décadas.
Tampoco menciona que
además del Fondo, del Banco Mundial y de otros organismos internacionales, el
gobierno ruso padeció el atosigamiento de un enjambre de asesores económicos
occidentales. ¿Quién decía qué y quién verdaderamente influía en las decisiones
del gobierno ruso, si es que le hacían caso a alguien? Eso habrá que
preguntárselo a los jerarcas rusos de la época, pero apuesto a que no van a
confirmar la hipótesis de que sólo estaban esperando que los economistas del
Fondo les hablaran al oído. Otro pequeño detalle que se le escapó a Stiglitz es
que con o sin consejos, es falso que Rusia haya adoptado una economía de
mercado. Un análisis devastador de las reglas imperantes en la nueva Rusia[1]
de William W. Lewis revela varias de las agudas distorsiones que se
introdujeron a una economía que aun con precios libres, empresas en manos
privadas y apertura al comercio exterior, no adquirió realmente una economía de
mercado. Presento algunas de las observaciones de mayor relieve de Lewis: a) El
gobierno le ordenaba a los bancos prestarle sumas gigantescas de dinero a
empresas con problemas. No se recompensaba a empresas productivas o siquiera
con utilidades y se alimentó una hiperinflación creando crédito. ¿Creerá de
veras Stiglitz que semejante conducta calza con recomendaciones del Fondo? (p.
168 en Lewis). b) Los gobiernos locales
aprovechan su control del suministro de gas y electricidad para forzar a
un gran número de fundiciones de acero pequeñas, ineficientes y altamente
contaminantes a seguir produciendo. Los productores de acero, al no poderlo
vender en el mercado, se lo entregan en pago (altamente sobrevaluado) a los
proveedores de gas y electricidad que a su vez se lo pasan a las compañías
nacionales de gas y electricidad. El gobierno acabó acumulando a un costo
exorbitante grandes cantidades de acero, lo que contribuyó a su incapacidad
para enfrentar los vencimientos de su deuda en 1998, y precipitó la crisis
financiera. (pags. 172,173). c) El gobierno ruso ha mantenido artificialmente
bajo el precio interno del petróleo a través de controles sobre las exportaciones,
(el gobierno controla las exportaciones porque es dueño y monopolista de la
tubería que se usa para exportar el petróleo, además controla todas las
importaciones de equipo y de servicios petroleros), de ahí la incapacidad de la
industria petrolera rusa para modernizarse y para elevar una productividad
notablemente inferior a la de las compañías petroleras internacionales. (p.
177).
Lewis aporta más
observaciones sobre los impedimentos al buen funcionamiento de una economía de
mercado en Rusia que, como el resto de su profundo análisis de economías
comparadas a partir de estudios de productividad por industria, es lectura
obligada y fascinante para quienes estén interesados en las sutilezas y la
complejidad del crecimiento económico.
CHINA Y EL LIBRO QUE
STIGLITZ ELOGIO SIN LEERLO
Los hechos tampoco
perturban a Stiglitz cuando comenta los cambios en la economía China. El autor
nos dice a propósito de la transformación de la agricultura en ese país: “fue
un logro enorme, que involucró a cientos de millones de trabajadores y fue
alcanzado en pocos años; y de un modo tal que generó un amplio respaldo: era
ensayado en una provincia, con éxito, y después en otras, también con éxito. La
evidencia era tan abrumadora que el gobierno no tenía que hacer nada para forzar el cambio, que era
voluntariamente aceptado” (p. 231)
Cualquiera pensaría que el
gobierno Chino diseñó un plan para luego ejecutarlo. ¿Por qué Stiglitz no
informa al lector que el fenómeno chino sucedió exactamente al revés de cómo lo
describe, que la población se salió del huacal, que fue algo que surgió
espontáneamente y que al principio los burócratas lo trataron de extinguir?
¿Por qué no se refiere al milagro que fue que el Primer Ministro chino
resultase no ser un comunista dogmático, que al darse cuenta de las maravillas
que estaba produciendo un experimento liberador organizado por campesinos
rebeldes lo dejó ser? ¿Por qué no aclara que fue el gobierno el que aceptó el
cambio que indujo la población?
Cito, para contrastar la
versión de Stiglitz, el relato detallado que hace John McMillan[2]
sobre esta experiencia (en mi traducción): “Un comienzo minúsculo detonó esta
extensa reforma: Una reunión clandestina de familias en un pequeño pueblo
rural. En 1978 los campesinos del pueblito Xiogang de la provincia china Anhui
estaban en un estado de desesperación. La comuna en que trabajaban
colectivamente no funcionaba. Conocida como el granero de China, Anhui contiene
tierra de la mayor fertilidad en China, pero las 20 familias de Xiogang no producían suficiente arroz para
alimentarse. Se habían reducido a depender en parte de mendigar en otras
regiones. Cuando el clima no les favorecía pasaban hambrunas. Temerosos de que
los arrestaran, los pobladores se reunieron secretamente y se pusieron de
acuerdo para dividirse entre ellos la tierra comunal. Tomaron tres
determinaciones. Primero, como estaban yendo en contra de la política del
gobierno, la asignación individual de tierra la mantendrían en secreto, no la
divulgarían a nadie fuera de la comuna. Segundo, al gobierno le seguirían
entregando la misma cantidad de arroz que éste había estipulado. Tercero, si a
cualquiera lo encarcelaban, los demás criarían a sus hijos hasta que alcanzaran
la edad de 18 años. Sellaron el pacto con sus huellas digitales. Se sucedió un
rápido vuelco. Los agricultores de Xiaogang se volvieron súbitamente más
productivos. “El hoy es distinto del ayer”, dijo uno. “Trabajamos cada cual
para uno mismo”. Trabajando sus propias parcelas podían ver una liga directa
entre su esfuerzo y la recompensa. Cualquier cantidad que produjeran en exceso
de lo que le tenían que entregar al Estado se la podían quedar o vender. En un
año se duplicó la superficie plantada con arroz y empezaron a producir un
excedente. A pesar de su juramento, se empezó a divulgar lo que estaba
sucediendo. Nadie entendía la ineficiencia de la agricultura comunal mejor que
los mismos campesinos. A lo largo de toda China, los campesinos estaban listos
para el cambio. Con rompimientos rebeldes del régimen comunal en otros
poblados, el cambio proliferó rápidamente. En las palabras de un campesino, el
cambio se extendió como “epidemia de pollo. Cuando un poblado lo adquiere, toda
la región acaba infectada”.
Este cambio desde abajo
fue resistido por los de arriba. Previendo que perderían poder, los burócratas
locales castigaron a Xiaogang cortándole el suministro de semillas,
fertilizante y pesticidas. Pero los pobladores estaban de suerte: Su
levantamiento coincidió con una nueva actitud de Pekín. Habiendo fallecido Mao,
la nueva clase política pensó que se le presentaba una oportunidad para
explotar los cambios en la agricultura como parte de su empuje para expulsar a
los maoístas. Funcionarios provinciales visitaron el poblado y bendijeron el
cambio. Después un funcionario de alto nivel de Pekín viajó visitando varios
poblados para estudiar los efectos de la agricultura individual. Su informe
sobre la mejora en la producción y en el nivel de vida de las familias
campesinas tuvo una gran influencia cuando circuló entre los líderes
nacionales. En la Conferencia del partido comunista de 1982 el líder principal,
Deng Xiaoping, endosó las reformas. En 1983 el gobierno central declaró que la
agricultura individual era compatible con una economía socialista y por lo tanto
permitida. Para 1984, apenas seis años después de iniciado el movimiento por
Xiaogang, habían desaparecido las comunas”. (Págs. 94 y 95).
Como que no se parecen las
dos versiones, ¿verdad? Según Stiglitz el cambio revolucionario en la economía
china se dio desde arriba, la realidad fue otra: -se produjo desde abajo y, lo
que es también de enorme interés, la mayor prosperidad rural alimentó la
proliferación de pequeñas unidades de producción para proveer de bienes y
servicios a los campesinos que ahora gozaban de mayor prosperidad. Así nació el
nuevo modelo económico de libre mercado y privatizaciones crecientes de la
economía china. El gradualismo que con justicia alaba Stiglitz no fue producto
de un gran designio, fue resultado del cambio que las masas arrancaron al
sistema en su afán de escapar de una pobreza desesperante.
Reproduje tantas citas del
libro de McMillan por dos razones. Primero, porque proporcionan un ejemplo
elocuente del potencial que se desata cuando se permite florecer la iniciativa individual.
Segundo, porque, como éste, podría ofrecer muchísimos otros contrapuntos a las
afirmaciones de Stiglitz, varios por capítulo, pero para desmentirlo basta un
botón, o dos. Por cierto el libro de McMillan tiene en su portada una sola cita
y quien la proporciona es nada menos que el mismísimo Stiglitz en la que nos
informa: “There could be no better guide to the modern view of markets than
John MacMillan´s new book”. ¿Lo habrá leído?
LAS PIRUETAS IMAGINARIAS
DEL CADÁVER DE LORD KEYNES
En otra de sus
tergiversaciones el profesor Stiglitz nos informa que: “Hoy el FMI típicamente
aporta dinero sólo si los países emprenden políticas como recortar los déficits
(sic) y aumentar los impuestos y los tipos de interés, lo que contrae la
economía. Keynes se revolvería en su tumba si supiera lo que ha sucedido con su
criatura.” No hace falta que Keynes dé volteretas bajo tierra, no se necesita
saber mucho de cómo se gestó la creación del Fondo para conocer que las ideas
que prevalecieron en lo fundamental provienen de Harry Dexter White - el
representante de los Estados Unidos en Breton Woods durante la creación del
Fondo - y no de Keynes. Este último aportó ideas valiosas pero eso no lo
convierte, ni remotamente, en padre de la “criatura”.
El plan Keynes consistía
en una cámara de compensación de pagos mundial con la posibilidad de crear
medios de pago, la unidad se llamaría bancor
con una capacidad de giro para cada país relacionada con el tamaño de su
comercio exterior. Sobregiros importantes estarían cubiertos mediante créditos
del Tesoro de los EEUU. La alternativa White, la que triunfó en parte gracias a
la hegemonía post guerra de Estados Unidos y en parte por ser la fórmula más
responsable, consistió en la creación de un fondo constituido a través de aportaciones
de cada país miembro sobre el que se podría girar ocasionalmente para cubrir
faltantes de la balanza de pagos. Tanto el plan Keynes como el White preveían
un mundo sin controles a los componentes de la balanza de pagos. De manera que
tampoco tendría motivos Keynes para revolcarse en su tumba cuando el Fondo
procede de acuerdo al mandato de apertura al que el mismo Keynes contribuyó.
Curiosamente, aunque
Stiglitz le da un tinte ideológico a su rabia anti Fondo, haciéndonos creer que
su oposición le da un ropaje de centro izquierda, el verdadero enfoque adverso
al Fondo, mucho más contrario porque más allá de cuestionar sus políticas
cuestiona su existencia misma, es el de economistas ortodoxos que preferirían
que el Fondo desapareciera y que en su lugar reapareciera el patrón oro[3].
PARA TERMINAR, UNA PERLA
MÁS DEL LIBRO DE STIGLITZ
La aparente ignorancia
histórica del profesor también está acompañada de una profunda inocencia, ¿o
será que tiene poco aprecio por la inteligencia de los lectores? Cito:
“supongamos que una empresa en un país subdesarrollado acepta un crédito a
corto plazo de un banco norteamericano por cien millones de dólares a un
interés del 18 por ciento. Una política prudente por parte del país requeriría
aumentar las reservas en cien millones. Las reservas generalmente se tienen en
Letras del Tesoro de EEUU, que pagan un 4 por ciento. La verdad es que el país
simultáneamente pide prestado a EEUU a un 18 por ciento, y le presta a EEUU a
un 4 por ciento”. Veamos profesor: Ni los países ni las empresas necesitan
disponer de liquidez, por prudentes que sean, en cantidades equivalentes al
cien por ciento de sus obligaciones. Además, las divisas para pagar las deudas
de las empresas tendrán que salir del mercado de moneda extranjera, y pueden
provenir de las que entregan los exportadores y de quienes prestan servicios al
exterior, o de la contratación de nuevos créditos por parte por ejemplo de la
misma empresa a la que alude el profesor, o de otras empresas. Además, el monto
de reservas prudente dependerá del régimen cambiario. Deberá ser muy alto,
mucho mayor por cierto a las obligaciones en moneda extranjera del país, si se
tiene una caja de conversión y, en el otro extremo, con tipo de cambio libre,
los requerimientos de reservas serán mucho menores.
El libro tiene muchas
otras perlas pero ni el espacio de esta charla ni la paciencia de la audiencia
permiten que las aborde exhaustivamente. No quiero terminar sin advertir que,
no obstante el sabor crítico de mis comentarios, (justificado porque la
superficialidad y falacias del autor son tan peligrosas que es importante
desenmascararlo), el libro tiene un buen número de lecciones y sugerencias
valiosas de política económica, pero para extraerlas hay que poder discriminar
entre lo verdadero y lo falso, entre la investigación rigurosa y la propaganda,
en otras palabras, hay que separar la paja del trigo, para desechar la primera.
[1] Lewis, William W., The Power of Productivity: Wealth, Poverty, and the Threat to Global
Stability, The University of Chicago Press, E.U, 2004.
[2] McMillan, John, Reinventing the Bazaar: The Natural History
of Markets, W.W. Norton and Company New York-London, E.U., 2002.
[3] Varias de las posturas en
este sentido se pueden consultar en: Maquillan, Lawrence J., y Meter C.
Montgomery (comps.), The Internacional
Monetary Fund: Financial Medic to the World?, Hoover Institution Press,
Stanford, California, E.U., 1999.
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